Por Anthony Almonte
A seis décadas del estallido de la Revolución de Abril de 1965, la memoria histórica nos convoca no solo a rememorar un acontecimiento determinante para la vida política y social dominicana, sino también a reconocer sus múltiples legados. La guerra civil, que nació como una exigencia de retorno a la constitucionalidad, devino en una rebelión popular de profundas implicaciones éticas, sociales y culturales. Fue una expresión colectiva de dignidad frente al autoritarismo, la injusticia y la injerencia extranjera.
El impacto político de la Revolución transformó el mapa de poderes en la República Dominicana. A pesar de que el movimiento fue contenido por la intervención militar de los Estados Unidos y que la victoria electoral de Joaquín Balaguer consolidó un nuevo pacto de dominación autoritaria, el proceso insurreccional de abril dejó una huella imborrable en la conciencia cívica del país. La activa participación del pueblo en defensa del gobierno constitucional sentó las bases de una cultura política más crítica, más comprometida y más atenta a los valores democráticos.
En el ámbito educativo, la Revolución reafirmó el papel de la Universidad Autónoma de Santo Domingo como espacio de resistencia intelectual y social. La UASD no solo fue víctima de la represión, sino también protagonista de una transformación profunda que la vinculó con las luchas populares y con una vocación de justicia social. Desde entonces, la educación se entendió como herramienta de emancipación, no como simple mecanismo de control.
En lo cultural y literario, la guerra de abril generó una corriente estética marcada por la denuncia, la memoria y el compromiso. La poesía de posguerra, los relatos de combate, las crónicas de barrio y las voces marginadas encontraron un cauce expresivo que aún resuena con fuerza. Escritores como Miguel Alfonseca, René del Risco, Manuel del Cabral o Jacques Viau Renaud convirtieron la palabra en arma, y con ella defendieron la soberanía, la dignidad y la identidad dominicana.
Hoy, al conmemorar los 60 años de este acontecimiento, estamos llamados a rescatar no solo los hechos, sino también el espíritu transformador que los animó. Recordar la Revolución de Abril es rechazar el olvido, es oponerse a la manipulación de la historia, es reconocer que el pueblo dominicano fue protagonista de una gesta legítima que aspiraba a una patria más justa, libre y soberana.
La Revolución de Abril sigue viva en las aulas, en la literatura, en la memoria de los barrios, en los ideales de quienes no se conforman con un país resignado. Que este aniversario no sea solo una efeméride, sino un compromiso renovado con los valores de democracia, justicia social y autodeterminación por los que tantos hombres y mujeres entregaron sus vidas.