Por: Apolinar García Henríquez
Azua ha sido algo así como el pivote en torno al cual han girado grandes épocas de la historia dominicana, como lo prueba el hecho de haber sido sede de la batalla más significativa en el escenario militar y separatista de la naciente República.
Es por ello que Azua siempre tendrá el mérito de ser el escenario en el cual se defendieron con valor las guerras y las invasiones haitianas. Pero lo que sí es de considerar de esta heroica provincia es su posición geográfica, así como sus recursos humanos y económicos. Azua devino así, a mediados del siglo XIX, en un punto obligado de convergencia comercial en medio de la única ruta que unía por el sur el Este y el Oeste de la isla, pues su ubicación la convirtió en un paso estratégico entre Haití y la República Dominicana.
Esas características mencionadas colocaban a Azua, en el siglo pasado, en una posición de vital importancia para los ejércitos haitianos y dominicanos, que se la disputaron el 19 de marzo de 1844. Pero, ¿qué significaba Azua para la fecha? Esta interrogante nos lleva a entender lo siguiente: “Quien controlara la referida provincia quedaba en control de todo el sureste del país y tenía a su disposición toda una región rica y productiva, de la cual podía echar mano para abastecer a un ejército que podía atacar o defender con éxito la ciudad de Santo Domingo”. Las tropas dominicanas, conociendo la importancia de este enfrentamiento, entendían que el control de Azua estaba ligado a la supervivencia de la República.
Si algo debemos destacar de la Batalla del 19 de Marzo, es que esta fue ganada por el arrojo y la determinación de los dominicanos de conservar su recién obtenida libertad e independencia.
Sobre la cuestionada participación de Pedro Santana en esta batalla, las crónicas conocidas de testigos y de actores, como Saint Denys, explican que los haitianos atacaron vigorosamente a Azua por el camino de Puerto Príncipe. Una de las dos columnas haitianas que se abrió paso por el camino de Los Conucos se retiró ante el fuego de los fusileros dirigidos por Matías de Vargas, Feliciano Martínez, José Leger y Nicolás Mañón. La columna que embistió en carrera por el camino de El Barro fue repelida al arma blanca por Antonio Duvergé, quien estaba allí defendiendo el fuerte Resolí, en las inmediaciones del cementerio viejo. Al hallarse sin municiones y al notarlo el enemigo, este se lanzó violentamente sobre los patriotas, pero Duvergé, el soldado más patriota por su ardor en el combate, se lanzó con sus tropas a enfrentarlo al arma blanca, una táctica criolla que los haitianos no resistían. Al retirarse en desbandada, dejaron el campo lleno de muertos y heridos. Ante este contraataque de Duvergé al arma blanca, el ejército de Hérard retrocedió desconcertado. Era la primera vez que el machete se utilizaba como un arma de aplastante efectividad contra los haitianos.
Otro héroe de la batalla fue Francisco Soñé (François Sogner), oficial de artillería que había militado bajo las banderas napoleónicas en Marengo y en las Pirámides. Le causó enormes bajas a los haitianos con las dos piezas de cañón a su cargo.
Luego de mencionar el heroísmo y arrojo de Duvergé, Soñé y otros militares, hay un dato de gran importancia: la participación de Santana en esta batalla. Ningún cronista, al narrar los hechos, cita a Santana combatiendo. Esta ausencia se evidencia cuando no se redactó parte oficial de la Batalla de Azua. Este informe debió haberlo hecho Santana, pero no tenía la suficiente fuerza moral para redactarlo ni los plenos conocimientos de los impactos bélicos para narrarlos. Y si otro lo hubiera redactado, como Duvergé o Soñé, habría opacado la figura caudillista del jefe supremo, y no era posible provocar al hombre fuerte.
El triunfo de la Batalla de Azua hubiera sido brillante y de mayor trascendencia histórica si Santana hubiera aceptado el plan de defensa que le presentaron los generales que defendían Azua. A juicio de José Gabriel García, “si el general hubiera estado a la altura del papel que representaba, habría comprendido que, para coronar tan espléndida victoria, lo procedente era destacar alguna fuerza de caballería o de infantería que picara la retaguardia al enemigo. Esto hubiera evitado que el enemigo ocupara la Plaza de Azua, estableciendo allí un campamento el 21 de marzo de 1844 y consolidando así la retirada dominicana a Baní”. Además, con la colocación, por órdenes de Santana, de fuerzas militares a cargo de operaciones especiales en los escarpados pasos de El Número, El Memiso y El Pino, se logró evitar un avance enemigo.
Lo que salvó a la República Dominicana fue el uso adecuado de la táctica militar por parte de un general que supo retirarse a tiempo, impidiendo que las fuerzas enemigas pudieran penetrar hasta la capital de la República y echar por el suelo la gloriosa obra de la independencia que habían construido los trinitarios. Por consiguiente, se entiende que el nacimiento de la República se llevó a cabo sobre el lecho de cenizas que dejaron tras de sí los invasores cuando, al fracasar en su intento, incendiaron esa heroica ciudad, que quedó convertida, a partir del 19 de marzo, en la madre de la independencia dominicana.